Los guerreros medievales lo podían comprobar en sus
propias carnes: si cuando asaltaban un castillo lo que les arrojaban los
defensores desde las almenas eran cubos de aceite hirviendo, su integridad
física corría mucho más peligro que si era agua. La razón de esta diferencia es
el diferente punto de ebullición de cada sustancia, es decir, la temperatura a
la que una sustancia cambia de líquido a gas.
Una vez alcanzado ese punto, la
energía térmica ya no se emplea para seguir calentando, sino para convertir el
líquido en gas. Mientras que el agua hierve a 100º y a partir de ahí se
convierte en vapor, el aceite continúa calentándose hasta los 200º. Por cierto,
la situación para el asaltante medieval podía ser peor, el hierro alcanza su
punto de ebullición a los 2.750º.
Ángel García Navas
(Jefe de sala y experto en protocolo)
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