El célebre algodón rosado tan presente en todas las
ferias y tan ligado a la infancia no es más que una madeja de finísimos
hilillos de azúcar coloreado.
Para obtenerlo, se vierte el azúcar y el colorante
rosa en un recipiente circular con una gran cantidad de minúsculos agujeros que
gira sobre una fuente de calor. El calor derrite el azúcar, que pierde su
estructura cristalina hasta hacerse amorfo. Por efecto de la fuerza centrífuga,
sale despedido a través de los orificios en forma de filamentos, semejantes a
hilos de algodón, que al enfriarse se solidifican y pueden recogerse en el
ovillo.
Un dato curioso es que a pesar de lo voluminoso que
es, su contenido calórico no es alto, pues no es más que una vaporosa cucharada
de azúcar disuelta en una gran madeja de aire.
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